Ya hace un año del comienzo de la cuarentena y las medidas sanitarias han ido entrando en vigor de forma paulatina pero definitiva. Mientras que vemos cómo estas medidas entran en nuestras vidas de forma racional y "justificada", nunca las vemos desaparecer cuando las cosas van a mejor.
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Salvo cierta laxitud por parte de las autoridades que luego te restriegan por la cara como si te estuvieran perdonando la vida en su infinita bondad, las medidas sanitarias parecen siempre escalar en intensidad y, resulten efectivas o no, nunca desescalan.
Esto repercute en la sociedad de una forma notable, creando un modelo ultra-higiénico, aséptico e individualizado. En el que todos los ciudadanos se encierran en su burbuja para proteger un bien común difuso, y cualquier deriva del individuo fuera de esto se ve de forma egoísta y antisocial.
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Para ello debemos tratar de entender esta dicotomía entre el individuo colectivo y el individuo natural. A rasgos generales, el individuo colectivo queda entendido como una parte de algo más grande, sólo parte de una masa, que al no ser distinto de esta, realiza su proyecto de vida de forma individual sin salirse de los cánones establecidos. Sin embargo para ello se debe separar al hombre de ciertas condiciones que, si bien son propias del individualismo, no caben dentro de este entramado social pues supondría una disrupción del "bien común".
Elementos como la ambición, la agresividad, la búsqueda de la belleza y la formación de relaciones que van más allá de la satisfacción personal son fruto de un individualismo natural, propio al alma del ser humano, mas estas cualidades son impropias del nuevo individuo social. De no ser así, el orden social se vería amenazado. Este orden social a su vez es más fuerte si se crea una estructura alrededor del individuo que actúa como muralla ante el individuo más profundo, una serie de normas de comportamiento que alejan al prójimo de la intimidad de tu alma, creando una figura de plástico cómo carta de presentación y única conexión al mundo.
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El individuo natural busca su propio beneficio, y aunque esto se permite por nuestro orden social, se reprueba que el individuo haga uso de las cualidades que le hacen superior para esto. Por ello se discuten estas jerarquías, tan evidentes y naturales como que el hombre es hombre, concepto que se pone ahora en entredicho. Se pretende destruir la supremacía de lo más bello, lo más fuerte, lo más efectivo, lo más natural, atacando a los "cánones" que nos "imponen", cuando estos no son mas que evidentes consecuencias de los instintos, del individuo natural.
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Distinguir diferencias por razas, sexo o comportamiento se ve ahora de forma bélica, aunque si bien estas diferencias tienen explicaciones naturales, son disruptivas del orden social y por tanto, nocivas. Podemos distinguir esto en los comportamientos del hombre más próximos a los instintos, como en la búsqueda de compañero sexual (Spermifex) o en la causalidad con enfermedades mentales. Sin embargo, no solo el individuo social reniega de que todas estas condiciones provengan del orden natural de las cosas, sino que considera un ataque que se señale tal cosa.
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Reconectar con la naturaleza es por tanto un acto vandálico ante el nuevo orden social. Cultivar nuestro individuo natural es sano y necesario, y de forma más subconsciente, sabemos reconocer este acto como un desafío al orden. Uno de los pilares de la lucha vital de cada uno debe ser por su condición de individuo, pero no como parte de una sociedad, sino como portante único de su alma y su cuerpo, sabiendo reconocer, más allá de los envases de plástico que vemos a nuestro alrededor continuamente en nuestras junglas de cemento, la existencia de el resto de almas que le rodean.
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